La crisis es económica, pero también es moral y social, con una considerable pérdida de valores y con la perversión de los principios básicos de una sociedad construida equilibradamente con un ordenamiento de derechos y deberes. En una situación así no valen liderazgos individuales y mesiánicos, y menos sirven aquellas soluciones involutivas que propugnan una restricción de los derechos conquistados y una limitación de las libertades básicas. Contra las tentaciones totalitarias y falsamente salvadoras, el único antídoto es más política y más democracia.
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