De unos años a esta parte la tradicional “cuesta de enero” resulta cada vez más empinada, y su final más difícil de alcanzar, para la mayoría de las modestas economías familiares, ya de por si bastante depauperadas. Entre los comerciantes y consumidores es un secreto a voces que, como consecuencia de la crisis, el impulso consumista que rodeaba la liturgia de las rebajas de enero hoy día es prácticamente inexistente. Ahora, con la serenidad que provoca tener los bolsillos medio vacíos, resulta más difícil engañar a unos clientes que compran más por necesidad que por impulsos publicitarios.
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