Cegados por el humo que nos rodeaba y también por la ilusión, que era mucha, en nuestra ingenuidad los españoles llegamos a pensar que éramos ricos y que nuestra prosperidad no tenía límites. Incluso nos atrevíamos a mirar por encima del hombro a quienes no se dejaban cegar por el resplandor de la prosperidad nacional. Humo, humo, mucho humo..., tanto, que al final no vimos el precipicio por el que acabamos estrellándonos con nefastas consecuencias. Pero esa ya es otra historia.
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