En una sociedad libre, la política debería servir para resolver los problemas que plantea la convivencia colectiva y preocuparse por la consecución del bien común. ¿Por qué tiene que ser tan utópico este planteamiento que es el fundamento de la vocación de muchos políticos que trabajan de verdad por la gente? Lamentablemente, la realidad es terca y los últimos acontecimientos nos demuestran que, al menos en nuestro país, el poder político es impuro, está contaminado e irremisiblemente corrompido y se rige por las leyes de la fuerza, la manipulación y la apariencia.
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