En este país, desde siempre, el lugar de nacimiento del gobernante de turno, ha sido un criterio fundamental a la hora de adjudicar prioridades en la construcción de las grandes infraestructuras. Se trata de un método de adjudicación por la vía del azar tan válido como cualquier otro, pero que da como resultado que se acaben construyendo autopistas y autovías en zonas donde no hay tráfico, trenes de alta velocidad allí donde no hay pasajeros y aeropuertos donde no aterrizan aviones. Las consecuencias de una política tan caprichosa, discrecional y basada en tantos errores de cálculo eran perfectamente previsibles, pero es ahora, en época de vacas flacas, cuando afloran los resultados y cuando los españoles empezamos a ver el AVE como el mayor monumento a la estupidez y al orgullo nacional.
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