Durante una fría madrugada de noviembre de 1975 murió en la cama de un hospital el dictador que, con mano férrea y disciplina cuartelera, dirigió la vida de España y de los españoles. En principio cabría pensar que, cinco lustros después, ha transcurrido tiempo suficiente como para que una sociedad madura hubiera condenado los crímenes cometidos y a los criminales que los perpetraron, para cauterizar viejas heridas, para que la justicia hubiera actuado imponiendo el imperio de la ley y el sentido común y para avanzar en el camino de la democracia y la libertad. 45 años después España vive el espejismo de una democracia y continúa sin romper del todo sus ataduras con las prácticas e ideologías del antiguo régimen. La sociedad española no ha terminado de dejar atrás el franquismo y en determinados sectores del poder existe aún mucha nostalgia del control, la represión y el “ordeno y mando” de otros tiempos.
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