La lucha encarnizada por la audiencia ha hecho que determinados profesionales de la información dejen de lado los más elementales principios éticos y morales, en su lucha por ofrecer al espectador una buena dosis de carnaza. Pero también los espectadores tenemos buena parte de culpa al convertirnos en auditorio, y por tanto cómplices y colaboradores necesarios, de aquellos programas que se han convertido en auténticos escenarios del sufrimiento ajeno.
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