Apenas acaba de empezar 2022 y todavía lo vemos como un libro con 365 páginas, de las que ya se han emborronado dos con el alcohol, las comilonas y los excesos propios de estas fiestas. Todavía, ingenuamente, pensamos que las 363 páginas que restan de ese libro las iremos escribiendo, día a día, dejando constancia de nuestros logros, de nuestras alegrías, de nuestros triunfos y de todo lo bueno que esperamos conseguir en este año que acabamos de iniciar. Antes de que nos demos cuenta estaremos de nuevo esperando la medianoche del día de San Silvestre para cumplir de nuevo el rito de las campanadas y las 12 uvas. Nuevamente, como todas las Nocheviejas, haremos balance de lo bueno y lo malo que nos deparó el año que concluye y, de nuevo, comprobaremos que aquel libro en blanco que hoy tenemos en nuestras manos y en el que ponemos todas nuestras esperanzas aparece emborronado por los gilipollas de siempre, por esos mamarrachos que dicen representarnos y que terminan convirtiéndolo todo en política y haciendo un uso partidista de la cosa más simple y cotidiana, con tal de llevar el agua al molino de sus bastardos intereses.
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