Es cierto que en 2017 ya no existe el ruido de sables que condicionó la redacción y aprobación de la Constitución española de 1978, sin embargo, la corrupción reinante, el descrédito del sistema judicial, el baldón de la sospecha que pesa sobre el funcionamiento interno de partidos políticos y sindicatos y el creciente desprestigio de todas las instituciones, incluida la Corona, amenazan como una espada de Damocles la vida democrática de los españoles.
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