Dentro del magma social en que estamos inmersos, crece el valor del trabajo. Tener trabajo es cada vez más valioso. Ya no lo vemos como una fatalidad, ni como una maldición divina, sino más bien como una bendición, como un activo que hay que defender, proteger y conservar. Ir a trabajar ya no es una condena, sino una suerte, casi un privilegio.
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