No hay nada gratis. Todo aquello que no nos cuesta dinero directamente, nos cuesta de forma indirecta. La tecnología que no pagamos directamente, la pagamos con la pérdida de nuestra intimidad y con la servidumbre de que nuestros datos personales acaban, inexorablemente, vertidos en el saco del “Gran Hermano”, donde las grandes empresas de marketing los esperan frotándose las manos y ensalivando los generosos beneficios comerciales que obtendrán por ellos.
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